domingo, 14 de agosto de 2011

Diario del Camino de Santiago. Días 14 y 15.


Casi en lo alto de O Cebreiro, dejaba León para meterme en la provincia de Lugo, entraba en Galicia por fin, y en ese momento supe con certeza que llegaría a Santiago en cuestión de pocos días. La gran posibilidad se transformó en un hecho ya inapelable en mi cabeza.

Día 14:

Desde Molinaseca al Bierzo transcurrían más de 30 kilómetros, que en mis circunstancias se hacían duros, pero empecé temprano y con fuerzas una etapa donde la lluvia cayó sobre mí por primera vez en todo lo que llevaba de camino.

Ponferrada es una típica ciudad del norte, que cuenta con un castillo impresionante junto a una ladera que es cruzada por un puente. Me hubiera quedado más tiempo allí, pero el día no acompañaba y me quedaba un largo viaje ese día. Mis pies empezaron a pagar el esfuerzo por la bajada del día anterior, y la humedad y la lluvia no mejoraron una situación difícil en esos primeros 15 kilómetros del día.




Llegando al Bierzo obtuve la recompensa de un día de esfuerzo y lluvia, y de repente salió el Sol justo a tiempo para iluminar aquella gran zona de viñedos y de cultivos. Se encuentra rodeada de montañas, y sorprende especialmente por su fantástico colorido y el verdor intenso de las plantaciones. 


Los últimos kilómetros hasta un curioso pueblecito llamado Villafranca del Bierzo para mí son bastante atractivos, pues vas contemplando toda esa cuenca de cultivos y de pequeñas poblaciones entre medio, y andas a través de un entorno muy especial. La recompensa en el Bierzo vino con la cerveza que me pude tomar junto a mis amigos del camino en la plaza central de Villafranca. Reencuentro no esperado ni siquiera por mí, y que pudo hacerse realidad.



Día 15:


En este nuevo día vas andando entre pueblos pequeños de carretera, a pocos kilómetros los unos de los otros. Están situados en valles y montañas donde grandes infraestructuras permiten el tráfico rodado. El objetivo de hoy era culminar en lo alto de O Cebreiro, y cruzar hacia Galicia por una última subida que se antojaba difícil y larga según me iban comentando.


La subida resulta espectacular desde el principio. Las primeras cuestas las hice al lado de un extraño personaje que vi en varias ocasiones, y que siempre iba junto a su perro al que no abandonaba por nada. Su nombre era Jesús, y parecía llevar una vida fuera de toda regla, llegando a rozar la mendicidad. No obstante, tras una charla con él, comprobé que era un hombre de buen corazón, pacífico, y de creencias propias.


Al dejar a Jesús, empezaba a ascender entre amasijos de vegetación que formaban verdaderos túneles naturales por los que apenas entraba un rayo de sol. Ya en lo alto de la montaña divisaba un paisaje exclusivo, paisaje que daba el pasaporte natural hacia Galicia, y que culminaba en O Cebreiro, un pueblo antiguo y con una gran iglesia de piedra, donde volví a encontrar a mis tres amigas, con las que ya tenía una especial sintonía. Mercedes, Elena, y Raquel.


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