miércoles, 10 de agosto de 2011

Diario del Camino de Santiago. Días 12 y 13.

La noche en Astorga se alargó hasta las 23, algo inusual entre peregrinos, charlando con alguien especial, y con un pequeño dolor que desapareció al día siguiente como por arte de magia, no sin la ayuda de algún antiinflamatorio.

Día 12:

El día hasta Foncebadón ha sido bastante divertido y llevadero para mí, pues me he encontrado acompañado de nuevas personas que voy conociendo, personas que llevan ese espíritu de unión y hermandad que noto desde el primer día que empecé a andar.

Avanzando entre los antiguos pueblos leoneses, hechos de piedra y argamasa, voy notando un carácter cada vez más cerrado entre los habitantes, no por ello menos hospitalario, y empiezo a recorrer nuevamente pequeñas montañas y zonas de vegetación, síntoma evidente de que voy acercándome a Galicia.

Hoy he dormido en Foncebadón, una pequeña aldea situada en lo alto de una montaña, cuyo principal atractivo es ella misma. La noche la pasé en un colchón tirado en el suelo de una pequeña capilla, junto a mis tres nuevas amigas y Enrico. Perdidos en una montaña leonesa.

Soy consciente de que estas experiencias son únicas e irrepetibles en la vida real, y por ello no las dejo pasar de inadvertido. Todos comemos de una maravillosa olla de lentejas, compartimos el pan, bebemos el mismo vino, y reímos en la misma mesa… eso no tiene precio. Nunca olvidaré esta noche.






Día 13:

En el día de hoy tenía como finalidad llegar a la ciudad de Ponferrada, pero por diversas circunstancias me he quedado en un hermoso pueblo justo antes de la capital. Curiosamente, desde casi el principio de la etapa se veía el objetivo del día desde lo alto de la montaña.

Para empezar, la etapa ha sido tan bella por el paisaje como dura físicamente, y es que todo ha sido una continua bajada en mi camino de hoy, cosa que no favorece mi problema del tendón. No obstante, entre el cuidado con el que andaba, los pequeños descansos que hacía al escuchar mi cuerpo, y la belleza que me rodeaba con vistas desde la ladera, he terminado saboreando mi treceava jornada.

Hay dos cosas que percibo en este día, por un lado, la enorme tradición que existe con la orden de los templarios allá por donde se pasa, por otro, los pequeños y peculiares pueblos con los que topas bajando hacia Ponferrada. Me impresionó especialmente por su belleza y pequeño tamaño Riego de Ambros, con casas perfectamente decoradas y entalladas en la montaña, creando un auténtico barrio de mosaicos de piedra y flores.





Al final del día y ya algo dolorido, me encontré con un precioso pueblo, Molinaseca, ubicado en un valle, y por el cual discurre un hermoso río sobre un puente, al parecer, romano. En sus frías aguas metí mis pies, y posteriormente metí mi cuerpo, refrescándome en cuestión de minutos, y dando un merecido regalo a mi físico por esa agua tan fría.


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